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Este retrato en blanco y negro, muestra la incisiva belleza de una mujer con características únicas. La protagonista posee una cabellera etérea, tan blanca como la nieve y tan sutil como la seda, que cae enmarcando magistralmente su rostro. A diferencia del resto de la imagen, sus ojos tienen un ligero tono azul profundo que sobresale de la escala de grises, provocando un efecto hipnótico y directo. Pequeñas líneas en las esquinas de sus ojos aluden a sabiduría y experiencia.
Luce un vestido blanco, añadiendo un aura de pureza y serenidad a su presencia. A pesar de la ausencia de colorido, la textura intrincada del encaje es patente y denota elegancia y sofisticación.
En su frente, un pequeño artefacto metálico asemeja un implante futurista, añadiendo un toque de misterio y ciencia ficción al conjunto. No se sabe qué función cumple, pero está allí, tapado por un flequillo parcial, quizás como un conector a un mundo tecnológico o un adorno simbólico.
Esta mezcla entre clasicismo y vanguardismo es hipnótica, creando una belleza sorpresiva y desconcertante, donde cada detalle cuenta un pedazo de una historia sin contar.
