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Esta pintura abstracta ofrece una representación potente y visionaria de un retrato posthumano. El cuadro, de grandes dimensiones adopta una paleta de tonos fríos, azules, grises y plateados, transmitiendo sentimientos de inmortalidad y trascendencia del tiempo.
En el centro, se vislumbra un rostro humanoide pero distorsionado. Sus rasgos se diluyen en formas geométricas punteadas y lineales, simbolizando la fusión de lo orgánico con lo digital. Los ojos representan dos galaxias en constante expansión, reflejando una percepción elevada de la realidad.
El fondo, plagado de líneas y formas erráticas, plasma yuxtaposiciones de códigos de programación en forma de jeroglíficos futuristas, representando nuestra dependencia de la tecnología.
Los trazos son rápidos y enérgicos, creando una sensación de movimiento constante, como si la pintura estuviera ‘evolucionando’. Los contornos se mezclan, simbolizando cómo se difuminan las líneas entre lo humano y lo posthumano.
La pintura es una celebración sublime del ser humano transformado y mejorado por la tecnología y el conocimiento. A pesar de su carácter abstracto, la pieza transmite sentimientos profundos de introspección y reflexión sobre el destino de nuestra especie.