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Esta fotrografía en blanco y negro retrata el concepto posthumano de la naturaleza, presentando un contraste fuerte y doloroso entre lo orgánico y lo artificial. En primera instancia, se aprecia la silueta cristalina de un bosque estéril, sus árboles desnudos se elevan al cielo, despojados de su vida, imitando el esqueleto de lo que alguna vez fueron.
Debajo, el suelo está sembrado de ruinas tecnológicas, restos de metal, cables y chips de computadora que se asemejan a una forma perversa de vegetación. Los restos de la humanidad parecen haberse fundido con la tierra, creando una escena desolada de decadencia tecnológica.
Los elementos artificiales en el suelo brillan con un brillo oscuro, reflejando una luz inexistente en la foto dueña de una estética oscura e irreal. En el horizonte, en lugar de una puesta de sol, hay una pantalla gigante, apagada y decadente, flanqueada por dos chimeneas de fábricas que se elevan como cáusticos totems de nuestra era industrial.
La diafanidad del cielo contrasta con el propio terreno, dando un sentimiento de dualidad, donde la naturaleza existía y ahora lo «posthumano» ha tomado su lugar. Todo en este cuadro evoca una sensación de pérdida, pero también, de un nuevo comienzo, nacido de nuestras propias creaciones.