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Esta es una pintura abstracta que representa un retrato posthumano. El lienzo, inmenso y de monocromático gris, no define límites entre el espacio y el ser. La figura central, aunque vagamente antropomorfa, es resueltamente otra cosa. Piezas de metal y fibra óptica se mezclan con lo que podría ser piel y cabello, retorciéndose en patrones que parecen tanto matemáticos como orgánicos. Un ojo, notablemente humano, domina el tercio superior del lienzo, brillante e intensamente consciente. Está rodeado por halos de luz roja y azul, quizás un guiño a la dualidad de lo humano y lo tecnológico. De la figura emana una gama de tonos eléctricos, que cambia desde el azul frío hasta el naranja ardiente, ilustrando quizás, una declaración del típico calor de la humanidad frente a la fría alienación de la maquinaria. El trazo del artista es frenético, pero exacto, dando la impresión de un mundo en constante cambio y adaptación donde las barreras entre lo humano y lo no humano se han desvanecido.