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Esta es una amalgama maravillosa y galáctica de colores brillantes y violentamente vivos, cada uno luchando por predominar, pero ninguno lo logra. La pintura parece una nebulosa espacial, un arco iris cósmico de naranjas abrasadores, morados profundos, verdes eléctricos, y azules celestiales, fusionados en un flujo de pintura enérgica y visceral.
En el centro de este torbellino de color descansa el semblante abstracto de una mujer transhumana. Sus características son sugeridas más que definidas: una línea curva puede ser un ojo, una mancha borrosa podría ser una mejilla o una oreja. Sin embargo, la impresión total es una figura femenina tranquilamente empoderada, su rostro irradiando una serenidad casi alienígena.
Y a pesar de su ausencia de rasgos detallados, los elementos transhumanos son evidentes. Lo que parece ser un circuito de cables discurre suavemente por su cuello, sugiriendo una fusión de carne y máquina. Un patrón fractal que emerge desde la frente alude a un cerebro mejorado.
La pintura no es sólo un retrato, es una declaración de lo que la humanidad podría convertirse: una figura fuerte, sublime y etérea, a medio camino entre la mujer y el ángel. Con cada trazo del pincel, el artista desafía nuestra comprensión de la belleza, la humanidad y la identidad, invitándonos a aceptar un futuro en el que los límites de la biología son meras sugerencias.